jueves, 27 de noviembre de 2014

Cita romántica en el rancho

En un ocasión que estaba platicando con mis nietos adolescentes, me preguntaron que cual había sido mi cita más romántica. O cuál de mis citas recordaba con más cariño. Ya a mi edad, y con la libertad de contar mis cosas privadas, el ánimo y la expectación de ellos. Les comenté que no era lo mismo, que tenía una como la cita más romántica y otra, la que guardaba con gran cariño, que cual era la que querían que les contara.
Sin dudarlo, las chicas pidieron que fuera la más romántica y los chicos dijeron estar de acuerdo porque algo podrían aprender, algún consejo tomarían, tenían la curiosidad de saber que era lo que me hacía recordarla como la cita más romántica.
En pocas palabras les resumiré la cita. Me encontraba en mis años mozos y con toda la inocencia de la edad. Cuando el chico que tanto me gustaba me invitó a salir. En aquellos tiempos, había que dejar pasar mucho tiempo para invitar a salir a alguien. Finalmente se animó y me invitó a salir.
Vivíamos en una pequeña ciudad y pasó por mí en su auto último modelo. Bañado y perfumado. Me dijo que iríamos a cenar y que el lugar era una sorpresa. Dicho y hecho, fue una sorpresa ya que me llevó al rancho de su familia que estaba a las afuera de la ciudad, donde ya nos estaban esperando. Nos recibieron, nos dieron la bienvenida y después todos desaparecieron. El me invitó a entrar al comedor y todo estaba como normalmente estaba, me pidió que me sentara en la sala y comenzó a colocar y encender velas en toda la habitación y encendió un candelabro en la mesa. Luego puso música instrumental a un buen volumen, enseguida puso la mesa, con la vajilla de barro y acomodó los lugares. A mí me puso a la cabecera y él a mi lado izquierdo. Mientras él iba haciendo todo esto, claro que platicábamos y me mantenía distraída para que no me preocupara o quisiera pararme a ayudarle.
Luego me invitó a pasar a la mesa del comedor y vi que ya tenía sobre la mesa unos platillos preparados, una botella de vino, unas bolsas de organza rellenas de almendras, otras con pequeños chocolates cubiertos de menta y una rosa en mi lugar. Me acercó a la silla, la acomodó, luego se sentó él y se encargó de servir la cena y el vino.
Toda la noche fue lindo, tierno, amable, atento, caballeroso, tomaba mi mano, me decía cosas lindas y me trataba como una reina. La música de fondo adecuada para la ocasión. La cena estaba riquísima y la plática también, tanto, que se nos olvidó la hora que habíamos prometido regresar a casa. Cuando nos dimos cuenta era tardísimo y rápidamente salimos para no llegar tan tarde a casa, pero si no hubiéramos tenido ese pendiente de tener una hora que regresar a casa, no se que hubiera pasado, con nuestra juventud y el ambiente tan romántico que el pudo crear.

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